El club de aerolectura

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—Señoras, me llena de orgullo darles la bienvenida a nuestro nuevo punto de encuentro, el no va más de la modernidad, ¡El aeroclub de lectura! ¡El club de la aerolectura!

Una de las señoras soltó un agudo chillido antes de desmayarse embutida en aquel extraño artefacto con cuerdas que la ascendía como si fuese un globo de helio a una velocidad inquietante.

—¡Señora Potter! Oh, por el amor de Dios, señoras, ¡controlen sus nervios de señoritas! ¡Recuerden que tenemos una gran velada por delante! ¡Hoy vamos a leer Orgullo y Prejuicio!

—Yo no puedo leer nada con este viento, me lloran los ojos —gimoteó la señora Sanders, que se agarraba a su abominable faldón de hierro hasta hacerse daño en las articulaciones.

—No seas boba, Juliette, llevas las gafas de aviador, es imposible que el viento suponga una molestia para ti —gruñó la anfitriona, la descomunal señora Doggett.—Y ahora, si me permites, vamos a comenzar la lectura. Señoras, abrid el libro por la página 18…

—Ejem, ejem…Angie, querida, discúlpame, pero, ¿dónde conseguiste estos aparatejos tan curiosos que nos permiten surcar el cielo?

La señora Doggett miró molesta a la insolente preguntona de la señora Peters. —¿A tí que te parece, Evie? Me los ofreció un caballero en el mercadillo de los jueves, muy amable por cierto, por un precio nada competitivo. Le hice una gran tarta de manzana como muestra de mi profundo agradecimiento. —La anfitriona del club se quedó pensativa durante un par de segundos.—Ahora que lo pienso, ni siquiera me dijo su nombre…Ummm, qué extraño, ¿no os parece?

—Y…esto…Angie…¿A dónde nos llevan estas cuerdas? ¿Dónde terminan? Sólo veo nubes…

Todas las señoras, incluida la señora Doggett, comenzaron a chillar.

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